En los últimos tiempos, el cine europeo está tomando la delantera a las grandes producciones estadounidenses, al menos en cuanto a originalidad, atrevimiento, enfoque y ambientación, y especialmente en eliminar las insoportables historias de amor metidas con calzador en cualquier película. Al hilo de todo esto, presentamos una entretenida película rumana que lleva por título "Drácula: el Príncipe Oscuro".
Partiendo de una acontecimiento mil veces retratado, tanto en literatura como en el cine, la traición y el enfrentamiento de Drácula con el Dios cristiano, que con fervor defendió en el campo de batalla. Y a partir de ahí se va tejiendo una aventura ambientada en la Edad Media, tiempo de hechiceros, objetos mágicos, supersticiones populares, criaturas maléficas y el irresistible sabor de la sangre.
Como tantas y tantas veces hemos visto, Drácula es un ser atormentado, que intenta sobrevivir entre dos mundos, el físico y de las tinieblas. Un reflejo de la propia esencia del ser humano, su ambivalencia, eterna disyuntiva entre el bien y el mal, la razón y la pasión.
¿Un ser que ofrece placeres eternos, puede ser encarnación del mal?.
Y al contrario de la mayor parte de las películas de sobre Vlad, nada de empalamientos, ni de juegos políticos, ni de guerras contra los turcos. Únicamente un combate entre el bien y el mal, del que finalmente no saldrán ni vencedores ni vencidos.
Luke Roberts interpreta a un Drácula atípico, cuyos rasgos humanos superan, en ocasiones, el carácter maligno.
Kelly Wenham, es Elizabeth/Alina, la heroína de la historia.
John Voight, el famoso Cowboy de Medianoche, da vida a Leonardo Van Helsing, auténtico némesis de Drácula, experto en artes maléficas y ciencias ocultas.
Lucian (Ben Robson), pícaro ladronzuelo se verá envuelto en una batalla que no esperaba.
Renfield, ¿amigo, servidor, traidor? Tendrán que ver la película para saberlo.
Uno de los elementos más sugerentes de la novela de Stoker es su corte de concubinas de las tinieblas.
El castillo es lugar de deleites eternos para sus habitantes, aunque sus corazones ya no latan.
Y por supuesto que hay amor en la película, pero no un típico amor cursi americano, sino un amor más real, un amor que transmite más dudas que certezas, un amor más corriente, pero no menos auténtico.